El doctor Bonenfant buscaba en su memoria
Guy de Maupassant
Repitiendo a media voz: “¿Un recuerdo de
Navidad?… ¿Un recuerdo de Navidad?…
Ángel Climent Gutiérrez ha compartido con todos nosotros una historia que muy bien podría ser vivida por cualquiera de nosotros. Su estilo cercano va guiando sigilosamente la curiosidad del lector hasta un final sorprendente. Pero no diremos más para no romper la magia. ¡Feliz Navidad a tod@s!
Acababa de salir del banco de cobrar la paga de Navidad, algo más de ciento cincuenta mil pesetas, mi mujer ya tenía planeado en que gastárselas. Esto para marisco, esto para Reyes, esto para… A modo de celebración decidí que antes de ir a casa me pasaría por el bar a tomar una cerveza.
Todavía no había dado el primer sorbo cuando entraron dos hombres que se aposentaron en la barra, a mi lado. Pidieron un par de cervezas y continuaron con la conversación que debían de traer de la calle.
– Que es verdad, tío. Te juro que lo que te estoy diciendo es verdad.
– Que quieres que te diga…, a mí…, me cuesta creerlo.
– Ya lo sé. Si fuera al revés. Si me lo contaras tú a mí, también me costaría creérmelo.
– Es que es muy fuerte. ¿Y cómo dices que pasó?
En un principio no presté mucha atención a lo que hablaban, no soy de los que gustan escuchar las conversaciones de los demás. Desde pequeño me habían enseñado que era una falta de educación, pero aquella conversación empezó interesarme. Aunque solo fuera por curiosidad quería saber que era aquello tan intrigante. Con disimulo me acerqué un poco más.
– Pues como ya te dicho: Ayer en el trabajo nos dieron el lote de Navidad. Nada especial, lo de siempre, un par de botellas de cava, un par de tabletas de turrón. Lo típico de estas fiestas.
– Ya, unos polvorones, unos barquillos, lo clásico.
– Bueno, a lo que iba. Cuando faltaba poco para llegar a mi casa, me encontré de frente con una pareja que me llamó la atención. Él, era algo mayor, con una larga barba blanca, al igual que su pelo. Ella, era bastante más joven, y por lo abultado de su barriga, estaba en un estado muy avanzado de preñez.
– ¿Preñada?
– ¡Sí, yo diría… que a punto de explotar!
– ¿Y qué pasó?
– El viejo, se adelantó y me preguntó si le podía dar algo para comer, pues hacía un par de días que no lo hacían.
Con la excusa de pedir otra cerveza, me levanté de la banqueta en la que estaba sentado y me acerqué todavía más a ellos. Cada vez prestaba más atención a la conversación.
– ¿Y, tú, que hiciste?
– La verdad, es que al verlos me dieron mucha pena… No sé por qué… Aunque quisiera no te lo sabría decir… ¿Tal vez fueran aquellas penosas caras? Sobre todo la de ella ¡Podría ser!… ¿El frío? ¡A lo mejor! Hacía mucho frío y ellos no llevaban ropa que les abrigase… ¿La barriga de ella? ¡Puede!… ¿El ambiente de las fiestas en las que estamos? Ya sabes. ¡Navidad, dulce Navidad! ¡Días de paz y amor!… ¡Quizás!… Yo creo, que fue un poco de todo. La cosa es que abrí la caja que llevaba, saqué todo lo que era de comer y se lo di junto a una botella de cava.
– Al menos ya tendrían para matar el gusanillo.
– Además saqué de la cartera un billete de cinco mil pesetas y se lo puse a la joven en la mano. Les deseé una feliz Navidad y sin darles tiempo a decir nada, me fui para casa.
– Es que eres un trozo de pan, tío.
– ¡No! ¡Qué va, hombre! ¡Qué va! Pero calla, que lo mejor vino después, cuando llegué a casa. Mi mujer es de aquellas que disfruta sacando las cosas del lote de dentro de la caja. ¿Sabes lo que te digo, ¿no? Va poniendo las cosas encima de la mesa mientras comenta… ¡Esto es muy bueno!… ¡Esto es caro, eh!… ¡El turrón del año pasado era mejor!… Así que antes de que empezara y a modo de excusa le dije que este año como la empresa iba justa, el lote que nos habían dado era bastante pobre. ¿Pobre?… Me dijo ella. Pues para mí es el mejor que te han dado nunca. Y empezó a sacar cosas y cosas, tantas que yo llegué a creer que no iba a parar nunca. Parecía una caja sin fondo, como esas que usan los magos. Había más cosas de las que me habían dado. Pero lo que más me sorprendió fue el final. Cuando mi mujer acabó de vaciar la caja vio un sobre blanco en el fondo. ¡Mira. ¡Este año, hasta te han dado una felicitación! ¡Vaya cambio que ha dado tu jefe! Abrió el sobre y la sorpresa que nos llevamos fue enorme, no era una felicitación, lo que había eran dos billetes de cinco mil.
– ¡Joder, el doble de lo que le habías dado!, ¿No?
Vaya suerte, pensé mientras miraba el reloj. ¡Uf…! Se me había hecho tarde, tenía que irme para casa. Mi mujer empezaría a preocuparse. No estaba acostumbrada a que me retrasara. Pagué y me fui.
Durante el camino iba pensando en la conversación que había escuchado a aquellos dos hombres. Uno de ellos había hecho una buena obra y Dios se lo había premiado. Aquello era un milagro. Seguro que aquella pareja eran San Jo… sé y…
Al dar la vuelta a la esquina tropecé con una pareja, un señor mayor con el pelo y la barba blanca y una joven en estado. Por la descripción que había escuchado en el bar debían de ser la misma pareja.
Él se acercó a mí y pidiéndome perdón me dijo si yo le podía dar algo para comer.
¡Qué suerte! Dije para mí mientras en mi interior oía toda la conversación que había escuchado hacía unos minutos. Sin pensármelo saqué el sobre de la paga, cogí cien mil pesetas del dinero que había dentro y se lo di a la pareja mientras les deseaba unas felices fiestas. Luego salí corriendo en dirección a mi casa.
Mientras corría, en mi cabeza, como si del anuncio de una película se tratara, empecé a recordar que uno de los dos hombres del bar había estado detrás de mí en la cola del banco, mientras esperaba a cobrar el talón, y que el otro cuando salí del banco estaba en la puerta, como si estuviera esperando a que alguien saliera. Ahora la conversación que había escuchado en el bar me parecía ridícula, más bien increíble.
Llegué a la puerta de mi casa y dude en subir. Subí la escalera poco a poco, con el miedo metido en el cuerpo. ¡A ver si…! ¡Mira qué…! Menuda es mi mujer… Como pude abrí la puerta y temblándome la mano, le di el sobre a mi mujer diciéndole.
– ¡Toma!… Aquí tienes… la paga de Navidad.
Mi mujer lo cogió y contó el dinero un par de veces.
– ¿Veinticinco mil pesetas? ¿Solo veinticinco mil? ¿Dónde están las cien mil que faltan? Venga no te hagas el gracioso que no tengo tiempo ni ganas de bromas, dame el resto que tengo que hacer la cena.
Conoce a Ángel Climent Gutiérrez
¿Cómo nació su amor por la escritura? ¿Qué le proporciona?
Es un amor que siempre he tenido, de joven escribí algunas canciones e incluso sainetes para el grupo de teatro en el que estaba, pero se incrementó con la muerte de mi hija por un cáncer, me ayudó mucho a poder evadirme y olvidarme de los malos ratos.
¿Sus historias se basan en vivencias personales o es todo fruto de su imaginación?
Hay alguna que puede ser de una vivencia, pero la gran mayoría son de ideas que me vienen al leer una frase, escuchar alguna conversación, al escuchar una canción, etc.
¿Ha pensado en algún momento en autopublicar un libro? ¿Por qué?
Sí, en publicar alguno de mis relatos y el publicar con otro grupo de compañeros. ¿El porqué? No sabría decirlo, pero me gustaría, nos gustaría publicarlos.
Fotografía: Willgard Krause
